miércoles, 21 de diciembre de 2011

La Navidad de Joseph Brodsky

Joseph Brodsky fue un poeta poco conocido para el gran público pero que sin embargo obtuvo el Nobel de Literatura en 1987 y que es probablemente uno de los mejores poetas rusos y mundiales de la historia, y el último gran escritor ruso.
De formación autodidacta, fue acusado de "parasitismo social" y encarcelado durante dieciocho meses a la edad de veinticuatro años en un campo de trabajo soviético, por lo que acabó viviendo y muriendo en Nueva York. En fechas como estas es imprescindible en estas fechas leer sus poemas de Navidad. En estos tiempos difíciles que corren, en los que parece que el poder lo ocupan quienes no van a ayudarnos, si no a quitarnos  las posibilidades que ya habíamos ganado, conviene interpretar el verso:
"Si Herodes supiese que, por más riguroso que fuera, el milagro sería tanto más cierto, inevitable…"


24 DE DICIEMBRE DE 1989
Imagina, encendiendo una cerilla, aquella noche en la cueva:
utiliza para sentir el frío de las grietas del suelo;
para sentir el hambre, la vajilla apilada,
y el desierto… el desierto está en todas partes.
Imagina, encendiendo la cerilla, aquella medianoche en la cueva:
el fuego, las sombras de los animales o de las cosas,
e imagina, con tu cara confundida en los pliegues de la toalla,
a María, a José, y el hatillo con el niño.
Imagina a tres reyes, la procesión de sus caravanas
hacia el portal; o mejor, tres rayos que alcanzan
la estrella, el crujido de su carga, el sonido de las campanillas
(en el azul espeso, el Niño aún no cuenta
con el eco de una gran campana).
Imagina que el Señor en el Hijo del Hombre por vez primera
se reconoce a Sí mismo, a una distancia remota, en las tinieblas:
un vagabundo en otro vagabundo.


24 DE DICIEMBRE DE 1986
Cae la nieve dejando al mundo reducido.
En esta época, se dan el desenfreno, los Pinkerton,
y te descubre a ti mismo, de cualquier manera,
la huella impresa en ella con descuido.
Esos hallazgos no exigen tributo.
Silencio por todo el barrio.
¡Cuánta luz se metió en ese trozo de estrella
al llegar la noche! Tanta como fugitivos en una balsa.
No te ciegues, ¡mira! Tú también eres huérfano,
desarraigado, canalla, estás fuera de la ley;
no busques, porque nada tienes. De tu boca,
Como de un dragón, salen bocanadas de humo.
Mejor será que reces en voz alta, como un segundo nazareno,
por los reyes sin reino que vagan con sus presentes
en ambos confines de la tierra,
y por todos los niños en sus cunas.


24 DE DICIEMBRE DE 1971
En Navidad todos somos un poco Reyes Magos.
Empujones y barro en los abastos.
Por una caja de turrón de café,
gente cargada con montones de paquetes
emprende el asedio del mostrador:
cada cual hace de Rey y de camello.
Cestas, bolsas, paquetes, envoltorios,
corbatas torcidas, gorros.
Olor a vodka, a pino a bacalao,
a mandarinas, a canela y a manzanas.
Un caos de caras y no se ve, entre la nieve,
el camino que lleva a Belén.
Y los portadores de estos modestos presentes
saltan a los transportes, se abalanzan sobre las puertas,
desaparecen en los huecos de los patios,
sabiendo incluso que el portal está vacío:
no hay animales, ni pesebre, ni Aquélla
sobre quien brilla un nimbo dorado.
El vacío es absoluto. Pero sólo al pensar en ella,
ves de pronto una luz que viene de quién sabe dónde.
Si Herodes supiese que, por más riguroso que fuera,
el milagro sería tanto más cierto, inevitable…
En el rigor de esa ley está
el mecanismo clave de la Navidad.
Y lo que se festeja ahora por todas partes
es Su Advenimiento, que pone juntas
todas las mesas. Aún, quizás, no necesiten la estrella:
aunque la buena voluntad de los hombres
se distingue de lejos,
y los pastores encendieron hogueras.
Cae la nieve. No echan humo sino suenan las trompetas
de las chimeneas en los tejados. Y las caras son manchas.
Herodes bebe. Las mujeres esconden a los chicos.
¿Quién se aproxima? –nadie lo sabe:
ignoramos cual es su señal, y los corazones
puede que no reconozcan al forastero.
Pero, cuando en el umbral el aire disuelve
la espesa niebla nocturna
y surge la figura con su manto,
al Niño y al Espíritu Santo,
los sientes dentro de ti sin avergonzarte;
miras al cielo y ves la estrella.


PRESEPIO
(24 de diciembre de 1991)
El Niño, María, José, los Reyes,
los pastores envueltos en las pieles,
animales, camellos, sus guías…
Todo convertido en figuritas de arcilla.
Sobre la nieve de algodón, rociada de purpurina,
arde la hoguera. Y apetece tocar con el dedo
el papel de plata de la estrella; con los cinco mejor
como entonces lo quiso el Niño de Belén.
Entonces en Belén todo era más grande; pero la arcilla,
con el baño de plata por encima
y el algodón esparcido alrededor,
gustaba hacer el papel de lo que había desaparecido.
Ahora eres más grande que todos ellos. Tú,
como un transeúnte a medianoche, desde inalcanzable altura,
te asomas a la ventana del cuartucho-,
y contemplas desde el espacio estas pequeñas figuras.
Allí la vida sigue igual, igual que unos disminuyen
con los siglos en su volumen,
y otros crecen –como ocurrió contigo- .
Allí luchan con copos de nieve las figuritas,
y la más pequeña prueba el pecho.
Y uno tiende a cerrar los ojos, o… a abreviar el trecho
que le separa de otra galaxia, donde tú desprendías
luz en un sórdido desierto –como en las arenas de Palestina.